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martes, 14 de mayo de 2013

La Mujer En El Franquismo.

LA MUJER EN LA DICTADURA FRANQUISTA.
El feminismo, como movimiento en el que se expresan y canalizan aspiraciones a una participación más activa por parte de las mujeres en las decisiones que atañen a la organizaciónsocial,surgedurantelosañossesenta delsigloXXdeunmodosimilaren diversos países. Por un lado, entronca con aquel primer feminismo que giró en torno a las sufragistas y a al reivindicación de los derechos políticos y cuyo impulso quedó sepultado en parte como una de tantas consecuencias de las dos guerras mundiales. Por otro lado, forma parte de un movimiento más amplio de protestas protagonizadas por los más jóvenes, que planteaban la necesidad de ampliar la democracia, volviéndola más inclusiva y transformando los modos de entender las actividades políticas y las maneras en que se tomaban las decisiones.
Sin embargo, la situación en España presentaba entonces rasgos específicos porque, a diferencia de otros países como Francia, Alemania, Italia o Estados Unidos, que vivían en marcos políticos democráticos, en este país todavía dominaba la dictadura instaurada tras el golpe militar y la guerra civil que derrocó al gobierno de la República.
En contraste con la legislación crecientemente igualitarista de los tiempos anteriores a la guerra civil, el régimen encabezado por Franco desarrolló una legislación que excluía a las mujeres de numerosas actividades, en el intento de mantenerlas en roles muy tradicionales, que poco tenían que ver con las tendencias que se estaban manifestando en Europa1. Si el conjunto de la población carecía de los derechos individuales y políticos propios de las democracias, las mujeres estaban mucho más relegadas aún. A partir de 1 de enero de 1939 se obligó a dar de alta a las mujeres y a los hombres por separado. Aquéllas (pero no éstos) debían declarar el nombre del cónyuge, su profesión, lugar de trabajo, salario recibido y número de hijos. Es más, a finales de aquel año se prohibió a las mujeres inscribirse como obreras en las oficinas de colocación, salvo si eran cabezas de familia y mantenían a ésta con su trabajo, estaban separadas, se hallaba incapacitado su marido, o eran solteras, bien sin medios de vida, bien en posesión de un título que les permitiera ejercer algunas profesión.
La miseria de la posguerra se cebó especialmente con las mujeres. Por ejemplo, se produjo un aumento significativo de la prostitución, tolerada hasta 1956, fenómeno que se convirtió en una válvula de escape de una sociedad moral y sexualmente opresiva, sometida a los preceptos de la Iglesia. El régimen puso en marcha instituciones de reclusión de las prostituidas como las llamadas Prisiones Especiales para Mujeres Caídas, creadas por un Decreto publicado en el BOE el 20 de noviembre de 1941. También en ese mes y año nació el Patronato de Protección a la Mujer, constituido formalmente en marzo de 1942, presidido por Carmen Polo de Franco buscando para las prostitutas “impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la religión católica” además de informar sobre el estado de moralidad en España y luchar por su predominio2. El patronato se encargará también de la vigilancia y control de las prostitutas y locales de prostitución y pondrá en marcha una red provincial destinada a controlar la moral y a denunciar a los cines, piscinas o locales de baile que contravengan las rígidas normas de la Iglesia en cuanto a estos temas. La “limpieza” del ambiente era el objetivo y para ello las juntas provinciales de Patronato mandaban sus vigilantes, denunciando a la policía cualquier expresión de “pornografía”, desnudismo, promiscuidad, que no sólo era una vulneración de la moralidad católica sino una muestra de “exotismo antiespañol”. La mera convivencia en el trabajo entre hombres y mujeres se describe como fuente de problemas y de riesgos.
El franquismo asumirá la trilogía nazi niños, hogar, iglesia (Kinder, Küche, Kirche) que tanto recordaba al ideario tradicional. No se puede hablar de originalidad del franquismo a la hora de tratar a la mujer más allá de que la tradición de sometimiento femenino era más fuerte por la implantación del tradicionalismo católico. Su actitud antifeminista le hace ver a la mujer como un ser inferior espiritual e intelectualmente, que carecía de una dimensión social y política y que tenía una vocación inequívoca de ama de casa y madre. Es el reflejo de prejuicios antiguos de raíz católica, reforzados por corrientes europeas decimonónicas como el irracionalismo, el nacionalismo conservador o el positivismo.
Por tanto, se practicará un discurso de reclusión de la mujer en el ámbito del hogar, de sumisión frente a los padres primero y luego frente al marido, de alejamiento del trabajo extradoméstico y de los foros de vida pública que tenía, además, una base biologista muy clara, que se proyectaba en las diferencias congénitas entre el hombre y la mujer. La mujer será “templo de la raza” y depositaria de la socialización de los hijos en los valores del régimen. Es un mensaje basado en la incompatibilidad biológica y natural de la mujer con su independencia laboral o jurídica. En el ámbito sexual se reprimirá cualquier atisbo de libertad en el cuerpo de la mujer, persiguiendo activamente el aborto, eliminando el divorcio y manteniendo una política natalista que, aunque fracasará, será el pilar básico del discurso dirigido hacia la mujer.
La propaganda franquista siempre se dirige a la mujer por un lado como un ser superior en cierta medida al hombre sus virtudes físicas (la maternidad) y por sus atributos morales (dulzura, protección, etc..) frente a un hombre siempre más hosco y guerrero. Esta conversión de la mujer en “virgen”, en “vestal”, en receptáculo del amor y la vida en definitiva es el contrapunto frente a una realidad de sometimiento en la vida cotidiana y que el régimen franquista va a reafirmar en todos los planos mediante la limitación jurídica de su capacidad y mediante el control de su cuerpo y actitudes. En este campo, la Iglesia era la más activa defensora de estas estrechas pautas de comportamiento especialmente en lo que se refiere a la moralidad pública que se traducía en la forma de vestir o en las pautas de comportamiento que tenían en la pureza y en la decencia formal unos referentes inexcusables.
El organismo que en España asumió la organización de las mujeres fue la Sección Femenina de FET y de las JONS, encabezada por la hermana del fundador de Falange, Pilar Primo de Rivera3. También intentaba emular a las organizaciones nazis y fascistas, con sus propias peculiaridades, en este caso con una gran presencia del elemento religioso. Esta organización tenía como misión organizar la aceptación del régimen entre las mujeres a través de distintos mecanismos, reforzando pues el consenso y haciendo frente a un hecho claro a esas alturas del siglo XX: que había que contar con la mujer como un grupo con una fuerte influencia en todos los órdenes y que una organización fascista no podía ignorar. Otra cosa era que precisamente se tratara de afirmar en el ánimo de la mujer española su carácter de inferioridad respecto al hombre, pero poniendo de manifiesto la dignidad e importancia del trabajo de ama de casa, la gran relevancia del cuidado y educación de los hijos y su gran influencia en el medio familiar a la hora de conformar comportamientos sociales y políticos. Es decir, se trataba de anular las posibilidades de cambio de unas mujeres en creciente dinamismo y que habían iniciado con el cambio de siglo un replanteamiento de las relaciones personales y de su presencia en la sociedad o en la política.
De las tres funciones de la organización (adoctrinadora, educadora y asistencial) la que tendrá un carácter más claramente encuadrador por ser obligatoria (para aquellas mujeres solteras o viudas sin hijos que fueran menores de 35 años y que debían realizar durante seis meses, y seis horas diarias salvo festivos) era la del Servicio Social. Comprendía una serie de actividades de carácter adoctrinador unas (el primer mes, a base de lecciones sobre nacionalsindicalismo y estructura del Estado, la llamada “formación teórica”), educativas otras (dos meses de asistencia a “escuelas del hogar”, en donde se recibían instrucciones sobre cómo ser una buena ama de casa mediante la realización de trabajos ligados al hogar, como coser, cuidados de puericultura, clases de cocina, etc.) y asistenciales (tres meses de “prestación” que se podía cumplir en comedores infantiles, talleres, hospitales y diversas instituciones). Junto a ello, la práctica de actividades deportivas, fundamentalmente gimnasia. El cumplimiento del Servicio Social era imprescindible para “tomar parte en oposiciones y concursos, obtener títulos, desempeñar destinos y empleos retribuidos en entidades oficiales o Empresas que funcionen bajo la intervención del Estado”. Posteriormente se exigió también para la obtención del pasaporte, carné de conducir, licencias de caza y pesca, pertenencia a asociaciones de todo tipo, etc. Un elevado índice de exenciones, permisos, etc. Hacía que muchas mujeres no lo hicieran y que otras lo hicieran a lo largo de varios años, especialmente las estudiantes urbanas, con lo que de alguna manera se frenaba el objetivo fundamental del Servicio, que era atraer a todas las mujeres españolas a un adoctrinamiento social y político intensivo de seis meses. Conforme pasa el tiempo, el Servicio social va quedándose más en la instrucción del “hogar”, en la forja de buenas amas de casa, que en otra cosa.
En el intento de llegar a la mujer del campo se creará la Hermandad de la Mujer y el Campo, organizándose grupos de mujeres que iban a los pueblos a ayudar a las tareas agrícolas, a la par que se hacía propaganda política y se informaba de elementos básicos de higiene, cuidado de la casa y de la familia. Fruto de estas actividades se creará un cuerpo de Divulgadoras Rurales SanitarioSociales, formadas durante tres meses en escuelas de mandos menores que estaban destinadas a ilustrar en los pueblos de España sobre esos temas. Se creó en 1940 y destacarán en la dura posguerra, con especial hincapié en la lucha contra la mortalidad infantil y el cuidado de los bebés4. Con el paso del tiempo cada vez adquirió más fuerza el aparato formativo y decayó la fuerza del adoctrinamiento político.
También parte de la actividad asistencial fueron las “cátedras ambulantes” que empiezan a funcionar en 1946. Consistían en un equipo de instructores (de juventudes,del hogar, enfermera, médico, maestra, mando del partido) que con una serie de remolques iban pueblo por pueblo dando charlas, consejos, cursos haciendo demostraciones muy variadas. Destacaron en su lucha contra el analfabetismo y en la creación de grupos de coros y danzas. Menos conocidos fueron los círculos Medina (primero sólo en Madrid y Barcelona y luego en casi todas las provincias). Eran unos locales con salón de actos y biblioteca en donde se programaban conferencias, encuentros y actos culturales de todo tipo, como conciertos o exposiciones. Iban dirigidos más a la mujer de clase media y alta urbana y a las estudiantes de bachiller y universitarias.
Después de 194243 en que los falangistas empiezan a perder terreno surge con fuerza la Acción Católica como canalizadora de muchas inquietudes de las mujeres. Se planteó de forma mucho más selectiva, sin intentar nunca ser una organización de masas y con actividades de carácter muy reservado, aunque algunas tuvieran dimensión pública. Fue menos intenso en el ámbito rural o con tintes más religiosos y más comprometido en la ciudad, agrupando a mujeres procedentes en una buena parte de la aristocracia y la alta burguesía, pero también con una presencia importante de sectores populares y obreros. Representó una posibilidad real para las mujeres de alcanzar una cierta visibilidad dentro de una estructura eclesiástica claramente masculina e incluso generalmente misógina. Es decir, que suponía una presencia pública y un cierto nivel de responsabilidad de las mujeres.
Este modelo conservador de socialización de la mujer se encontrará sin embargo con riesgos no estrictamente políticos. La moda, el atolondramiento, el gasto superfluo y el alejamiento de las pautas oficial y tradicionalmente indicadas suponía un cierto enfrentamiento con otros modelos de conducta, que no era político, pero que sí mostraba un rechazo de determinados sectores al duro corsé de costumbres impuesto por el régimen.
Efectivamente, desde finales de los años treinta y durante la década de los cuarenta se erigieron en España numerosas barreras a la actividad laboral femenina, en una época en que estos desincentivos y limitaciones se estaban destruyendo en otros países occidentales con gobiernos democráticos. Ya en el Fuero del Trabajo, promulgado en 1938 se hablaba de “liberar a la mujer casada del taller y de la fábrica”. Posteriormente se prohibió el trabajo de la mujer casada si el marido tenía un mínimo de ingresos determinado. La Ley de reglamentaciones de 1942 implanta la obligatoriedad de abandono del trabajo por parte de la mujer cuando contraiga matrimonio y algunas importantes empresas como Telefónica hacen constar en sus cláusulas esta normativa al contratar: si había una reincorporación posterior, debía contar con la autorización del marido. Por contraste, la ley de julio de 1961 recogió el principio de igualdad de derechos laborales de los trabajadores de ambos sexos, si bien estableció excepciones significativas.
Cuando, a finales de los años cincuenta, comenzó un proceso de apertura de España hacia el exterior y una política de industrialización modernizadora del país, también se introdujeron algunas modificaciones en una legislación a todas luces arcaica. Así es como en 1958 y en 1961, por ejemplo, se publican sendas leyes que, en el plano de la vida civil y laboral, introducen algunas reformas tímidas, asentadas en una premisa que, entonces, era absolutamente novedosa: la no discriminación por razones de sexo respecto a la capacidad jurídica de las mujeres, es decir, respecto a sus derechos y obligaciones. Pero se aclaraba que este principio de no discriminación hacía referencia a las mujeres ¡solteras! Porque las menores de edad (entonces hasta los veintiún años, aunque las hijas no podían abandonar el hogar paterno hasta los veintitrés años, “salvo para tomar estado”) estaban bajo la tutela de los padres y las casadas bajo la tutela de sus maridos. ¿En qué se traducía esta tutela? Por ejemplo, en que las mujeres no podían elegir por sí mismas una profesión y ejercerla, realizar ninguna operación de compraventa, firmar un contrato de trabajo o la apertura de una cuenta bancaria sin la correspondiente “autorización marital”. Por no poder, las mujeres casadas no podían no solamente disponer de sus propios bienes sin la autorización del marido, sino que ni siquiera podían disponer de sí mismas: cualquier cosa que quisieran hacer debía contar con la firma del marido.
Como consecuencia de los cambios económicos que comenzaron a tener lugar, también la sociedad española se modifica profundamente: el desarrollo de la industria genera un éxodo muy fuerte desde el campo a las ciudades, la apertura contribuye a la salida de españoles y españolas en busca de trabajo en los países vecinos, la educación se generaliza. Muchas mujeres cambian de medio y se incorporan a vivir en los cinturones industriales, dejando atrás la vida rural. Muchas de ellas, además, se introducen en el mercado de trabajo, tanto en las industrias como en los servicios: la vida en las ciudades es completamente distinta y las necesidades económicas también. Las posibilidades de acceso a la educación se incrementan y se empieza a extender la idea de que los estudios son importantes para que las niñas puedan, en el futuro, tener mayores posibilidades de acceder a mejores trabajos y, por qué no decirlo, a mejores maridos, de niveles sociales más altos.





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